viernes, 25 de septiembre de 2009

Descubriendo una parte de mi

Hola gente,


Este es un texto con el que gane un pequeño premio. Espero que os guste.



Blake Warrior


"Me encontraba con mi padre en la carretera situada en la frontera entre Colorado y Arizona, de camino a la ciudad de Denver, atravesando la vieja reserva de los indios Navajo. Únicamente se divisaba en el horizonte la vieja ruta que estábamos siguiendo. El paisaje estaba compuesto por desierto, tierra rojiza y grandes rocas desnudas que mostraban sus bellas formas. Era mediodía, y el sol brillaba espectacularmente, ofreciéndonos el típico calor seco característico de la zona.
Mientras recorríamos esos paisajes inhóspitos, llegó el atardecer. Era una de las reservas más grandes del país y atravesarla era cuestión de diversas horas.
Mi padre me había hablado de los viejos indios que aun vivían en Estados Unidos, según él, todos eran unos “chupópteros” que vivían en las reservas. El estado les concedía grandes cantidades de dinero únicamente por vivir allí. Además, tenían sus propias leyes al margen de la ley Americana. Y muchos de ellos construyeron casinos, cosa que también les reportó muchos beneficios.
De repente se escuchó un ruido en el motor y empezó a salir humo de la capota. El coche se había averiado. Mi padre dio un golpe al volante y salió afuera. Fue a mirar el motor. Yo cogí el móvil, no había cobertura.
Anduvimos a lo largo de la carretera hasta que vimos unas cuantas chabolas, era un campamento indio.
Entramos en una tienda que se situaba entre la carretera y el montón de casas aglutinadas sin ningún tipo de orden.
—Perdonen, se nos ha estropeado el motor del coche, ¿tienen algún teléfono para llamar a un mecánico? —preguntó mi padre a la señora que atendía a los clientes.
Ella mostró una sonrisa y le tendió el teléfono a mi padre sin decir nada.
Ningún mecánico podía venir a recogernos ya que estábamos a más de tres cientos quilómetros de cualquier ciudad. Y eso supondría un gran coste para la reparación inmediata sin seguro; tendríamos que esperar al menos dos semanas.
Mi padre suspiró resignado. Solo teníamos una opción, esperar.
De repente vino la vieja dependienta que nos había prestado el teléfono.
—¿Necesitan ayuda? —comentó.
Mi padre le explicó la situación. Ella nos llevó hacia el campamento de chabolas y nos ofreció su casa como cobijo, se llamaba “Ooljee”. Mi padre sospechaba de su excesiva hospitalidad y que nos quisiera robar por la noche y llevarse todas nuestras tarjetas de crédito. Así que se guardó el monedero entre su pecho y el colchón que Ooljee nos proporcionó.
La mañana siguiente fue totalmente nueva para mí. El sol volvía a desprender grandes rayos desde el horizonte ofreciéndonos un espectáculo de luces que jamás había visto. Ooljee nos llevó ante el jefe de la tribu, Sinopa. Al contrario de lo que llevaba imaginando toda la mañana desde el momento en que había sabido que íbamos a ver al jefe de la tribu, no llevaba plumas en la cabeza ni tenía la cara pintada, es más parecía un americano igual que papa y yo. Exceptuando su tez oscura, sus ojos ligeramente rasgados y su pelo negro carbón.
Sinopa se ofreció a traer el coche del lugar donde lo habíamos dejado y a intentar arreglarlo junto a otros miembros de la tribu.
—¿Cuánto costará? —preguntó mi padre preocupado.
Mi padre siempre se había movido en un entorno en que todo tenía un precio. “Nada es gratis” solía decirme.
—¿Cuánto cuesta ayudar a alguien que lo necesita? —preguntó Sinopa antes de darse la vuelta e irse. Ni mi padre ni yo entendimos lo que quiso decir con ello.
Al salir de la tienda, Ooljee me presentó a una muchacha.
—Hola, me llamo Nuna —dijo—. Encantada de conocerte.
Era bajita, de piel marrón oscuro y de cabello largo y negro.
—Yo soy Nathan, mucho gusto —respondí.
Estaba un tanto incómodo, era una situación demasiado formal.
—¿Por qué no le enseñas a Nathan el poblado mientras yo ayudo a su padre a buscar el coche? —dijo Ooljee.
Nuna asintió.
—Ven —dijo indicándome con la mano el camino hacia el centro del poblado.
Dimos un largo paseo por el poblado. Todo eran chabolas. No entendía cómo los indios podían tener tanto dinero que le había dado el estado y vivir en semejantes lugares.
Nuna fue muy simpática y me enseñó lugares interesantes y algunas tradiciones. Fuimos a un sitio donde la tierra estaba decorada con pinturas, me explicó que los llamaban “lugares por donde los dioses vienen y van”. Era donde se llevaban a cabo los rituales Navajos, se cantaban oraciones y se bailaba a los dioses. Era una cultura totalmente nueva para mí, y extrañamente me había fascinado. Sentí un gran respeto hacia esa nueva forma de vida.
Y así llego la noche y Nuna y yo encendimos una hoguera.
—Cuéntame más sobre tu pueblo —pregunté por enésima vez.
Nuna me miró de hito a hito. Después de unos segundos interminables en medio de aquella hoguera y la luna llena en el cielo, comenzó a relatar:
—Esta historia se titula “El sol, la luna y las estrellas” —dijo—. Dicen que las primeras gentes, tenían cuatro luces que venían de los cuatro puntos cardinales. Pero eran permanentes y no se movían. No tenían suficiente luz. Y entonces la Primera Mujer habló con el Hombre de Fuego, y este encendió una gran montaña envuelta en llamas. Pero la gente no se contentó; “demasiado humo” dijeron. Después de consultarlo con el consejo de sabios, la Primera Mujer talló dos grandes rocas junto al Primer Hombre, y les dieron sus respectivas gracias, una era azul como la turquesa y la otra roja como el coral. Primero colocaron la piedra de rojo coral, y se dieron cuenta de que ya no necesitaban la otra, ya que proporcionaba el suficiente calor, así pues la dejaron tal cual en el cielo. Pero las piedras no se movían, y la gente continuó igual de disgustada… Así que dos sabios dieron sus almas a las piedras y se persiguieron eternamente para que se movieran.
—¿Y que pasó con las estrellas? —pregunté.
—De los trozos que sobraron al elaborar las piedras, el Primer Hombre y la Primera Mujer los colocaron en el cielo de manera que contasen la historia de nuestros antepasados. Para que todas las generaciones lo viesen y lo leyeran.
Era una historia asombrosa. Me quedé mirando a Nuna y ella me miró a mí.
—¿Sabes qué significa mi nombre? —preguntó juguetona. No entendía ese chiste.
—No —respondí. Era una respuesta más que obvia.
—Mi madre me lo dio al nacer. Significa tierra. Cuando era pequeña me gustaba mucho sentarme en la arena, podía pasarme horas sin hacer nada, simplemente estando quieta como la tierra —y prosiguió—, pero tú haces que no pare de moverme de un lado a otro, como un terremoto. Eres muy curioso, como un río… ¿Qué tal si te doy un nombre Navajo? —volvió a preguntar.
Era una idea que me alentó, no sabía bien por qué, pero me había gustado. Asentí con la cabeza.
—A partir de hoy serás Sooleawa, que significa río en Navajo —sentenció Nuna.
Aquella había sido la noche más extraña, emocionante e inusual que había tenido en toda mi vida.
Los rayos de sol penetraron por la ventana de la vieja choza de Ooljee. Abrí los ojos poco a poco. Y me quedé boca arriba pensando. No acababa de entender su modo de vida…Mi padre me había explicado cosas totalmente distintas. Al final llegué a la conclusión de que, podía ser que recibieran subvenciones del estado, pero… ¿A qué precio? Habían quedado relegados a unos cuantos quilómetros en comparación con toda América. Obligados, explotados y relegados. Sus costumbres y cultura habían sido despreciados y estaban en peligro de ser olvidados. Únicamente tenía que ver el poblado de mi amiga Nuna, a penas eran veinte personas. No, definitivamente no eran unos chupópteros como mi padre me había dicho.
Ooljee interrumpió mis pensamientos, vino a despertarme con mi padre. Habían arreglado el coche. Mi padre estaba asombrado ante su hospitalidad. Aún no se acababa de creer que nos hubiesen ayudado. Seguía empeñado en que tenía que haber una especie de treta. Yo, por mi parte me lamentaba de tener que dejar tan pronto aquel lugar. Había descubierto una parte de mí que nunca había conocido, una parte que apreciaba a la gente, que se fascinaba por otras culturas y que respetaba a los demás.
Mi padre agradeció a toda la tribu su ayuda y yo me despedí de Ooljee, Nuna y Sinopa.
—¿Volverás Sooleawa? —preguntó Nuna.
—Claro que volveré. ¡Aún te queda mucho que contarme! —dije entre risas—. Ya sabes, un río nunca para de un lado a otro.
Y era verdad. Quería averiguar más cosas sobre su tribu y sobre Nuna.
Finalmente mi padre y yo nos subimos al coche. Saludamos a todos con la mano y nos fuimos por la vieja carretera situada en medio de ese gran desierto.

— “Nada” —dijo mi padre para sus adentros.
Había descubierto la respuesta de Sinopa. "

2 comentarios:

  1. Me gusta mucho cómo escribes!!

    Está muy bien la historia, en serio!!


    ^.^

    besos!

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  2. Muchas gracias de verdad, lo aprecio mucho ;)

    Un saludo!

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